Echo de menos al Lobezno de X-Men. El personaje de las dos primeras películas de Bryan Singer en el universo Marvel era gracioso, macarra, creído pero en el fondo un cacho de pan. Tengo la sensación de que desde X-Men: La decisión final, al personaje más carismático de la patrulla X le han dado un giro hacia la ñoñería nunca visto en un superhéroe de estas condiciones. Si por lo menos nos contasen una historia interesante… parece que todo está realizado para mostrarnos que lo único importante de Lobezno es su capacidad de curación, lo que, por supuesto, hace del largometraje algo tedioso que hay que complementar con escenas de acción.
La película comienza bien, con un flashback en la II Guerra Mundial, justo cuando estalla la bomba de Nagasaki. Lobezno ayuda a un soldado japonés que resulta ser, años después, un gran magnate en Japón. Décadas después, Yashida decide buscar a Lobezno para despedirse de él, ya que sufre un cáncer terrible, pero pronto descubrirá que es todo más complicado que lo que parece. Su amigo, en realidad, quiere quitarle su inmortalidad y con ella la carga que lleva en sus hombros. Para ello nos cuentan una historia de herencias, ninjas, bichitos y demás, como si incluir más variables diese más calidad a una película bastante floja.
Lo mejor: Svetlana Khodchenkova y su caracterización y Rila Fukushima y sus peleas.
Lo peor: la forma de contar una historia sencilla llenándola de rellenos. Por cierto, ¿el cartel no tiene la fotografía de Hugh Jackman ensanchada?