Si bien en Ida conocíamos a una Polonia en blanco y negro, en Cold War viajaremos a un par de décadas antes para disfrutar con una historia romántica, llena de química y tragedia, entre un músico que intenta buscar la identidad polaca y una chica que intenta ganarse la vida a toda costa.
Pawel Pawlikowski nos relata la historia de Cold War comenzando en una Polonia rural, rica culturalmente a la vez que subyugada por el férreo control de Stalin.
Es en estos lugares, en los que la pobreza se hace casi hasta masticable, en donde aparecen las joyas de la sensibilidad y la belleza a través de la música gracias a un trabajo de investigación para exponer el corazón musical polaco.
La belleza de lo mundano
Rodada con el mismo blanco y negro que en su anterior película, Pawlikowski intenta demostrar que la música y cultura polacas son bellas hasta que el stalinismo las corrompe.
Del mismo modo, su historia romántica se corrompe y la pasión de la pareja viaja con sus encuentros y desencuentros a través del tiempo. La química entre los dos actores es irrefutable, pero también lo es la fuerte personalidad de ambos, que termina chocando del mismo modo que atrayéndose.
Su historia se define en tres lugares diferentes y además de tres formas diferentes. La relación no es la misma en Polonia, en Berlín y en París, pero su atracción sigue siendo tan fuerte como el primer día.
Así pues, tanto el contenido como la forma de Cold War está a un nivel impecable, elevando a belleza una relación mundana, sin atrezzo, con costuras, llana y esencial.
Yay & Nay
Lo mejor: Fotografía. Cómo se utilizan las elipsis sin casi darte cuenta. La actuación de Joanna Kulig.
Lo peor: Se toma su tiempo en escenas repetitivas.