Soy de letras. No puedo entender la belleza de las matemáticas pero me encanta descubrir que todavía no sabemos de dónde procede la palabra «perro», así que a priori, X+Y, o como se la conoce en EE. UU., A Brilliant Young Mind, no debería emocionarme, pero cualquiera que se haya sentido diferente en el colegio o instituto puede identificarse con el protagonista de esta historia. Nathan es un niño con sinestesia, aunque podríamos decir que parece autista o, como mínimo, parece tener el síndrome de Asperger. Es un genio de las matemáticas, pero no es capaz de relacionarse con sus compañeros y menos con su madre, a la que considera intelectualmente inferior. Con la ayuda de un profesor particular, intentará entrar en el equipo británico para las olimpiadas matemáticas que se celebrarán en Cambridge y, para eso, debe viajar a Taipei para entrenarse con los mejores: los chinos.
El contraste con la cultura china y los devaneos del protagonista con sus primeras relaciones sociales con compañeros y amigos harán que surjan los primeros conflictos, tanto internos, pensando «Todos son más listos que yo», como externos, con unos compañeros que lo ven como un raro más entre la tropa de raros. Cabe destacar que a medida que avanza la trama, parece que el protagonista deja de tener su trastorno psicológico y comienza a mantener conversaciones con otros autistas… una pena. Hacia el final de la película, de una promesa se vuelve a un telefilme. De todos modos, siempre quedarán las grandes interpretaciones de Asa Butterfield y, sobre todo, de Sally Hawkins, con una interpretación desgarradora de una madre que no comprende a su hijo aunque lo intenta desesperadamente.
Lo mejor: Asa Butterfield y Sally Hawkins, papelones.
Lo peor: la última media hora.