Tenemos que hablar de Kevin es la adaptación de la novela homónima de Lionel Shriver dirigida por Lynne Ramsay, una adaptación que cuenta a modo de flashbacks y fastforwards una historia que tiene como partida y fin un punto intermedio en la historia, para seguir con un tono melodramático hacia el final del metraje. Supongo que a día de hoy ya no se considerará spoiler contar el final pero, para aquellos que no la han visto, me voy a ahorrar los detalles. La presentación del personaje de Tilda Swinton, la madre de Kevin, desfasando en la Tomatina de Buñol, nos introduce en el mundo de una joven Eva, viajera y libre, que conoce al que será el padre de su hijo. Sin embargo, esa libertad se corta cuando nace Kevin que, como bebé, niño y adolescente, es capaz de arruinar la vida a su madre.
En otra época, vemos a la solitaria Eva, con todo el pueblo mirándola mal, incluso recibiendo insultos, teniendo que limpiar las manchas de pintura roja que tiran a su casa. En cierto modo, sabemos que Kevin ha hecho algo y que tanto con él como sin él, Eva tendrá que seguir viviendo con un extraño sentimiento de culpa: ¿Es Eva la culpable de la personalidad de su hijo, habría sido capaz de detenerlo o hiciese lo que hiciese Kevin habría sido malo de forma innata? ¿Es Eva culpable de que su hijo haya nacido así porque no lo quería tener? ¿O es simplemente alguien que lo ha dado todo por intentar tener una relación con un hijo rebelde? ¿La maldad existe? ¿Es posible que una madre no quiera a su hijo? Todas estas preguntas quedan en el tejado del espectador, que deberá resolverlas interiormente. A mí me ha producido inquietud e incomodidad.
Lo mejor: Tilda Swinton, la obsesión con el color rojo (Tomatina, camisetas de Kevin, pintura, etc), la forma de contar la historia.
Lo peor: Es increíble que el personaje de John C. Reilly no se entere de nada, hay varios momentos muy lentos que le pesan al metraje en general.
Quizá no sea terror exactamente (imagino que es el primo-hermano del terror, el thriller psicológico) pero me ha llamado poderosamente la atención. Tengo debilidad por los «niños cabrones».
Pues si te molan ese tipo de chavales, que sepas que a Kevin solo le falta el 666 marcado en el cuero cabelludo para ser Damien ?