A veces hacer zapping tiene recompensa. En este caso, encontrar una película protagonizada por Jeff Daniels y Laura Linney como un matrimonio de pedantes (más él que ella) que se lleva a matar con unos hijos que poco a poco se van pareciendo a ellos. El director y guionista, Noah Baumbach, nos muestra cómo una familia de escritores intelectuales son tan inútiles que no saben relacionarse. En el momento en el que los padres deciden comentarle a sus hijos que se van a divorciar, comienza la locura de la custodia compartida. Los hijos, por supuesto, decidirán apoyar uno a su padre y otro a su madre. Hijos que, por otro lado, están interpretados por Jesse Eisenberg en una de sus primeras películas y por Owen Kline, hijo de Kevin Kline. La película estuvo nominada al Oscar al mejor guion (premio que ganó en un montón de festivales), ganó el premio al mejor director y mejor guion en Sundance, y Owen Kline y Jesse Eisenberg estuvieron nominados a mejor actor joven en los Critics’ Choice Awards.
Con tal trayectoria podíamos esperarnos un peliculón, pero la verdad es que se queda en un «está bien». Basarse en experiencias propias puede llegar a desvirtuar la realidad hasta convertirla en parodia de sí misma, en este caso haciendo que el personaje de Jeff Daniels, en principio muy bien construido como escritor de éxito admirado por el hijo mayor, que solo quiere ser como él, acabe siendo en realidad no más que una conjunto de todo aquello que cualquier persona puede odiar. Walter, por su parte, comienza a ser odiado desde el mismo momento en el que empieza a actuar como su padre, sobre todo cuando desde el principio intenta pasar como propia una canción de Pink Floyd. De todas formas, ahí están los personajes de Laura Linney y Owen Kline para balancear la historia que, sin muchos alardes, hace que pasemos un buen rato.
Lo mejor: Laura Linney.
Lo peor: la exageración continua del personaje de Jeff Daniels.