Pan (2015)

Como si no fuese suficiente pasar más de cinco horas en un tren de Renfe, van, y nos ponen Pan (Viaje a Nunca Jamás), película de la cual tenía nulas ganas de ver pero oye, mi síndrome de Diógenes cinéfilo me hizo ponerme los cascos y acceder a esta especie de tortura que duró desde un poco más allá de Ourense hasta antes del giro infernal de Bembibre. Empecé con ilusión viendo cómo nos trasladan a un orfanato donde viven Peter y su mejor amigo, haciendo trastadas en un mundo donde no los tratan demasiado bien, ya que las monjas que regentan la residencia se definen por su crueldad. Que fuese una película de Joe Wright con un comienzo tan singular y la forma de entrar en el mundo de fantasía del protagonista no avisaba de lo absurdo que viene a continuación.

No es que no crea en la adaptación de temas pop en este tipo de películas, es que no creo en la traducción de las canciones como Smells Like Teen Spirit para que su estribillo diga «Hello, qué marrón», y mucho menos el resto de la estrofa que prefiero no recordar. Esto marca el principio de la caída a la estupidez supina que convierte a Pan (Viaje a Nunca Jamás) no en una película para niños, sino en una película para personas con el encefalograma plano. Porque a partir de esa escena no veremos más que un compendio de muecas, acciones, fuegos artificiales, peleas, saltos y demás sin sentido. Porque, ¿cómo es posible que Garfio se llame así incluso antes de tener un garfio en la mano? ¿O incluso antes de ser un pirata? No me vale que Joe Wright me cuente que lo que ha querido hacer aquí es un teatro al estilo Anna Karenina porque en la película de 2012 tenía una base sólida y aquí la base se ha ido con al que se le ocurrió vestir a Garfio como Indiana Jones.

Lo mejor: Dirección artística, la parte del orfanato y de cuando secuestran a los niños.

Lo peor: Convierte la historia de Peter Pan en algo convencional e insulso.