Matar al mensajero relata la historia real de Gary Webb, periodista que sacó a la luz las conexiones del gobierno estadounidense y la Contra nicaragüense en 1996. Las conexiones se basaban en que los agentes reclutados por la CIA para formar los ejércitos revolucionarios se financiaban con el narcotráfico de cocaína en Estados Unidos, un hecho del que la CIA estaba totalmente al tanto.
Lo que la película pone en tela de juicio durante la primera mitad no es que se haya injerencia en los asuntos internos de otro estado como lo era Nicaragua, sino que agentes extranjeros ganaron millones de dólares con la venta de droga por la «epidemia de crack», teniendo en cuenta la política antidroga de boquilla del presidente Reagan en los años 70. Supongo que esta parte de la historia está relatada de este modo para que no nos acordemos de las manos sucias de la CIA en Irán o Afganistán.
Dejando este tema de lado, la segunda mitad del metraje vemos cuál es el punto de vista de la historia. Este no es más que presentarnos el calvario de un periodista al que intentan desacreditar por todos los medios, acosándolo tanto en prensa como por métodos más heterodoxos.
La evolución del protagonista pasa por la euforia que origina la publicación de su artículo, por el desconcierto de las opiniones críticas, por el martirio de las amenazas y, finalmente, por su completa derrota como periodista que simboliza, irónicamente, con la recogida del premio al mejor periodista del año.
Matar al mensajero no se refiere a matar literalmente a nadie, sino a matar la credibilidad del que publica el mensaje que debería prevalecer en prensa: el de controlar al poder, algo que periódicos tan serios como el Washington Post o el New York Times no hicieron en este tema.
Yay & nay
Lo mejor: Lo que viene después de la publicación del artículo. La ambientación. La fotografía.
Lo peor: La primera parte de la película no se desarrolla de forma interesante y cuesta que te enganche, aunque acepto esas escenas deban existir.