No había leído nada sobre el argumento de Lady Macbeth hasta pocos minutos antes de verla. Eso de que te atraiga el personaje de la obra de Shakespeare puede jugar malas pasadas. En este caso, la aventura ha salido bien. Lejos de los dramas convencionales en la campiña inglesa como Orgullo y prejuicio o Sentido y sensibilidad, William Oldroyd adapta el relato corto de Nikolái Leskov a un contexto más europeo que el de la burguesía rusa.
El director, sin florituras ni trucos, nos atrapa en su relato de terror sin mostrar ninguna fórmula típica del género. Es grandioso ese momento en el que nos damos cuenta de la frialdad de la protagonista, Katherine: el momento del té, la silla y el suegro. Sin embargo, es la propia protagonista la que nos ofrece una versión tenebrosa de la manipulación tal y como hacía el propio personaje shakesperiano.
Lady Macbeth te deja notar cómo la perversión se agudiza en momentos de extremo puritanismo. De ello es ejemplo no solo la señora de la casa, que da rienda suelta a sus fantasías en el momento de quedarse sola, sino también el suegro que pretende encerrar a su nuera o el marido que odia a la mujer con la que le han obligado a casarse. Lo que en realidad no sabemos es si Katherine es el ejemplo de un cordero obligado por la asfixia a convertirse en un lobo o si es un lobo con piel de cordero desde el inicio del metraje.
Pero para mostrar esa dualidad hacen falta juegos de miradas y tiempo para entrar en la mente de la protagonista. Lady Macbeth se recrea en las escenas que aumentan la crueldad y la libertad, como si un aspecto fuese de la mano con otro. También nos hace falta una intérprete como Florence Pugh, con una actuación magistral metiéndose en la piel de esta… ¿Cómo la definiríamos?
Yay & nay
Lo mejor: La interpretación de Florence Pugh, el giro final.
Lo peor: El ritmo pausado para una película de tan poca duración.