El primer acercamiento que tuve a Hannah Arendt creo que fue en una clase de Ciencia Política I, hablando de los totalitarismos. La entendía como puede entender alguien de 18 años a una ensayista política de primer nivel, capaz de desmantelar el origen del mal, las revoluciones o la condición humana. Fue después, cuando nadie me obligaba a leerme textos suyos, cuando creció mi interés en sus obras y, por consiguiente, mi admiración, no solo por su vida personal sino por su pensamiento crítico, defendiendo hasta el fin lo que siempre creyó correcto, sin juicios de valor ni importar el qué dirán, que es exactamente lo que queda patente en Hannah Arendt de Margarethe von Trotta: cómo una ensayista judía, perseguida por el nazismo, superviviente de un campo de concentración y apátrida durante 14 años, es capaz de mostrar la nota discordante en el juicio a Adolf Eichmann en Israel, en el que se hacía un juicio a la historia y no a la persona, quien no fue el artífice del genocidio, sino una pieza que seguía órdenes de uno de los regímenes más crueles de Europa.
La película nos relata el viaje de Hannah Arendt a Israel y, básicamente, su pensamiento crítico plasmado en Un informe sobre la banalidad del mal mientras podemos ver imágenes de archivo del juicio a Eichmann. Está claro que este tipo de películas, que son más un ensayo político que un espectáculo intrascendente, no son soportables por una gran parte del público. Barbara Sukowa (la hemos visto en la serie 12 Monkeys) hace un papel memorable, aunque la película flaquea cuando intenta acercarse a las relaciones personales de Arendt con su marido y amigos, aunque coge fuerzas cuando esos amigos inician un debate en el que cualquiera podría ponerse en cualquier bando.
Lo mejor: Barbara Sukowa, la defensa de la tesis de Arendt.
Lo peor: baja la intensidad cuando nos muestra el lado romántico de la protagonista.