Tengo la sensación de que los Coen quisieron incluir muchísimos temas en ¡Ave, César! queriendo realizar un largometraje que no sabría si calificar de homenaje o de parodia. Quizá sea una mezcla de los dos géneros y por eso no consigue su objetivo, que es divertirnos y sentir nostalgia por el cine, durante toda la película. Es innegable el buen hacer de los hermanos Coen tras la cámara, no seré yo quien lo niegue: sus recreaciones de los rodajes de los musicales, peplums, películas de nadadoras, westerns y demás consiguen sacar más de una sonrisa pensando en cómo debían de ser las grandes producciones de Hollywood en la época dorada de los estudios. Además, en la película vemos al que será Han Solo en el próximo spin-off de Star Wars: Alden Ehrenreich.
Por otro lado, no puedo imaginarme ¡Ave, César! sin Barton Fink. Ambas retratan el mundillo desde distintas perspectivas, siempre teniendo al guionista en el foco central. Barton Fink fue la esencia desde la que surgieron todos esos guionistas que aparecen ahora ejecutando el lado maligno del comunismo. Aunque no nos digan nombres, si habéis visto Trumbo reconoceréis algunas caras. La trama comienza a dispersarse hacia mitad de metraje, cuando avanza la crítica al amarillismo, a la libertad de expresión, a los actores que solo aparecen en pantalla por su aspecto, a cómo los estudios tapan los caprichos de sus estrellas y fomentan rumores para conseguir aumentar audiencias, a cómo transforman guiones para contentar a todos los sectores y no recibir críticas… todo lo lleva de la mano Eddie Mannix, interpretado por un Josh Brolin en gracia, el facilitador del Hollywood de los 50. Puede que el aumento de esa dispersión se deba a que se han incluido mini-tramas con personajes interpretados por los amiguetes de los Coen, que no aportan nada y simplemente parecen estar ahí para aparecer en pantalla… y nada más.
Lo mejor: La recreación de los rodajes.
Lo peor: Escenas que se alargan demasiado, tramas que no añaden nada a la película.