Ya no es la primera vez que comento que me encantan ese tipo de películas que ponen al espectador en un dilema moral. El clan, la historia de una familia argentina de origen italiano (el clan Puccio) famosa por haber secuestrado y asesinado a varias personas aprovechando que el cabeza de familia había trabajado en el batallón de inteligencia 601, un batallón que había utilizado la guerra sucia en la época de dictadura. La película nos traslada a los 80, al seno de una familia aparentemente normal, pese a que la única normalidad es la pasmosa tranquilidad con la que aceptan la situación del clan: la extorsión es una forma legítima para ganarse la vida, sobre todo cuando te han quitado todo el poder que tenías bajo el régimen.
Y la situación, continua a lo largo de los años, produce una sensación de pavor hacia la impunidad con la que pudieron actuar ciertos individuos por el simple hecho de la inercia de la dictadura, no solo en Argentina. Poder vivir sin la sensación de que nadie te esté buscando por tus crímenes y con la seguridad de que nadie se atreverá a tocarte por tu pasado debe de dar una tranquilidad tal que tu vida cotidiana puede parecer normal. Aunque en la casa se oigan continuos gritos de los secuestrados. No sé qué produce más rechazo, si las artimañas del padre o el silencio aprobador de los miembros de la familia. Podría hablar del ritmo lento de la película o de una historia meramente basada en hechos reales con una banda sonora de lujo. Pero la verdad es que la he disfrutado desde el primer minuto hasta el último.
Lo mejor: Guillermo Francella y su retrato del cabeza de familia, el final.
Lo peor: El ritmo se torna lento en bastantes momentos, sobre todo en la historia romántica.