Me he tomado la película de Death Note de Netflix como una adaptación del anime que iba a tomar el tema central de la serie japonesa y lo convertiría en algo entendible para el público occidental, respetando la esencia del original.
El resultado ha sido el de recoger las pinceladas de un anime adorado por una legión de fans y de vomitar un emplasto de romanticismo adolescente con personajes o demasiado exagerados o demasiado anodinos. Era una tarea difícil llevar a la gran pequeña pantalla todo lo bueno de una serie de 820 minutos, pero esto ya lo sabíamos. Lo único que podía salvar la película de Death Note era plantear algo desde un punto de vista distinto, pero si ese punto de vista consistía en denigrar el recuerdo que teníamos de Ryuk o de la oscuridad de Light.
En la Death Note de Netflix, Light es un chico normal que es testigo de las injusticias del instituto que encuentra, un día, el famoso cuaderno con el que se hace realidad los deseos más oscuros: la muerte de cualquiera que aparezca en sus páginas.
Puedes escribir el nombre de una persona e incluso relatar su propia muerte: Ryuk se encargará de que suceda. Así que Light comienza a matar a todo el mal del mundo con la información proporcionada por los archivos policiales que le roba a su padre y a su novia, quien alienta este comportamiento.
Pero cuando aparece L, el investigador exagerado interpretado por Lakeith Stanfield comienza a tener un protagonismo exagerado con comportamientos absurdos que no te permiten conocer de qué va realmente el personaje. El problema con todo, su desarrollo sin sentido y su atropellado final, es que quiere contar todo lo del anime sin desarrollarlo. Cuando tienes una trama complicada y pasas sobre ella por la superficie olvidándote de profundizar en los personajes, obtienes una película frívola, blanda y superficial.
Yay & nay
Lo mejor: Las pocas apariciones de Ryuk y el montaje de las primeras muertes.
Lo peor: La trama desarrollada a gran velocidad sin profundizar en nada, el personaje de L.