Mark Wahlberg interpreta a un policía que asesina al violador de una chica puertorriqueña y, tras ser declarado no culpable en el juicio, deja la policía para convertirse en un detective privado que se dedica a conseguir fotos de infidelidades. Siete años después de estos incidentes, Billy, que así se llama nuestro prota, es llamado a filas por el alcalde (Russell Crowe) para conseguir fotos de su mujer con su amante. A partir de la muerte del presunto amante todo se desmorona como un castillo de naipes y van saliendo a la luz cada vez más secretos ocultos de la ciudad.
El argumento expuesto anteriormente creo que lo he visto como en otras 35 películas del estilo, solo que esta tiene fallos de guion dignos de un facepalm. Que no se explique por qué se deja entrar en una escena del crimen a alguien ajeno a la policía y dejar en sus manos la investigación de asuntos turbios con el beneplácito de un comisario, interpretado por el otra vez sobreactuado Jeffrey Wright (en serio, ¿cómo consigue aparecer en tantas películas/series siendo tan pésimo actor?), da el pistoletazo de salida a una serie de catastróficas desdichas dentro del género en el que se supone que se incluye esta película: el thriller. Es tan previsible, que ya solo leyendo la sinopsis podríamos averiguar el nudo y el desenlace de todo.
Lo mejor: el primer encuentro entre Russell Crowe y Mark Wahlberg.
Lo peor: totalmente predecible, fallos de guion, Jeffrey Wright.
