El invierno tiene estas cosas de rebuscar películas que tienes pendientes de ver y eliges simplemente porque existen. ¿Esta misma? ¿De qué va? No sé, es una peli de terror que dicen que es un thriller. Venga, vale. Y ese ha sido el filtro para poner Backtrack, el último filme de Michael Petroni protagonizado por un Adrien Brody, un actor que no sé en qué momento dio un giro a su carrera para optar por la mediocridad. Backtrack es la típica película de terror que le da mala fama al género. Es algo que ya se debería haber notado leyendo el guion. Tiene un comienzo que ya te hace pensar por dónde va a ir la historia. El protagonista, un psicólogo que intenta sobreponerse a la muerte de su hija, recibe a una serie de pacientes entre los cuales uno de ellos se cree que vive en los 90. Más tarde aparece una niña que no es capaz de hablar. La inclusión de nuevos enigmas hasta que la trama da un giro de guion acaba convirtiendo todo en un thriller de quiero-y-no-puedo, donde vemos a Adrien Brody arquear las cejas mientras los minutos pasan cada vez más lentos.
Y es que la historia pierde el sentido cuando la idea inicial es presentar unos hechos paranormales y se desarrolla la idea de un crimen oculto al que se le van añadiendo y eliminando elementos perdiendo de vista el objetivo final de lo que nos quieren contar. Esta carga le pesa como una losa a la película y no consigue deshacerse de ella en los escasos 90 minutos de metraje. Tampoco encuentro aspectos técnicos dignos de mención salvo quizá la fotografía. Los efectos especiales son más bien pobres, música que no va acorde a lo que vemos en pantalla, el montaje recurre al mismo flashback una y otra vez, los secundarios dejan mucho que desear salvo, quizá, Robin McLeavy (la policía) y George Shevtsov (el padre), que junto con el propio Adrien Brody ponen las pocas ganas que parecen tener en sacar esto adelante. Así pues, media estrella me parece más que justo.
Lo mejor: La fotografía.
Lo peor: Guion y montaje.