Se tiende a denominar a Danny Boyle como director videoclipero, pero es hasta 127 horas (127 Hours, 2010) que el británico ha exprimido todo el jugo de la fruta musical del momento. Durante hora y media podemos decir que de argumento existe la media hora inicial y el resto son desvaríos del protagonista aderezados con música, videoclips, alucinaciones y flash-backs que añaden poco (más bien hacen de relleno) a lo que nos pretenden contar.
Lo mejor: la escena del show de televisión.
Lo peor: pagar por ver una película que podría haber rodado el mismo James Franco a través de sus selfies mañaneras en Instagram.