Silence (2016)

Scorsese se ha pasado mil pueblos con Silencio. Dos jesuitas se van a Japón a investigar la posible apostasía de su mentor, una eminencia en la orden, en la época de la persecución del cristianismo en el siglo XVII. Con una estética que recuerda, en un principio, a La misión, Scorsese se pasa de tuerca con la voz en off y la repetición constante de escenas para torturarnos igual que los japoneses torturaban a los católicos conversos. Las casi tres horas de metraje tampoco ayudan. Entiendo la idea que intenta plantar Marty en la mente del espectador: ¿Es lícito renunciar a tu fe para salvar las vidas de un grupo de personas? ¿Estaban los jesuitas en su derecho de entrar en Japón para evangelizar y convertir a la religión católica a tantas personas? ¿Hasta qué punto la persecución católica se les fue de las manos a Japón?

Pero darle vueltas a la misma idea durante tanto tiempo, con escenas repetitivas y lacrimógenas, nos hace olvidar el presunto cariz de estas preguntas. Scorsese plantea el filme como una defensa a ultranza de la evangelización jesuita frente a unos malvados japoneses que no quieren injerencias extranjeras en su territorio soberano. Tampoco hay mucho más que comentar, ya que los actores se dedican a interpretar una y otra vez lo mismo, con el guion que da círculos al mismo tema una y otra vez. Silencio se convierte, así, en una pérdida de tiempo que también lo es para un Adam Driver que saca petróleo de donde no hay con su interpretación y para Andrew Garfield, que no me cansaré de defender pese a sus pésimas elecciones de sus trabajos.

Lo mejor: Fotografía y banda sonora.

Lo peor: Guion repetitivo y lento.