Cuando empecé este diario me dije a mí misma: cuando escribas sobre pelis céntrate en cómo son y de qué van para contarlo en dos párrafos. He empezado esta reseña cuatro veces, y espero que en esta, la quinta, acabe de una vez. Puro vicio es la última película de Paul Thomas Anderson. Está claro antes de verla, es recomendable saber de qué va este director antes de entrar en este viaje lisérgico a las películas de detectives de los años 70. Ejemplos muy recomendados son Magnolia (1999), Pozos de ambición (la mal traducida There Will Be Blood, 2007 , película que solo me encandiló en el segundo visionado) o The Master (2012, donde Joaquin Phoenix hacía otro papelón). Ahora bien, tras este aviso, la adaptación al cine de la novela de Thomas Pynchon me ha parecido correcta. Sí, nos muestra acertadamente el ambiente hippie en un conglomerado detectivesco que pretende realizar un homenaje al cine negro clásico, pero falla a la hora de ejecutar la trama.
Es decir, parece que Paul Thomas Anderson se dedica a cuidar el continente en detrimento del contenido. Si se intenta seguir la trama del detective privado sin licencia (que más que investigar parece que le caen las pruebas del cielo) podemos pecar de encontrar fallos de la trama más que evidentes que no hacen más que aletargar al público durante casi dos horas y media. Venga, seamos sinceros, a mí lo que me ha mantenido centrada han sido las actuaciones de Joaquin Phoenix y de Josh Brolin. Puro vicio no es ninguna obra maestra, pero tampoco es un bodrio infumable, solo hay que entender un poco cómo es el director.
Lo mejor: Joaquin Phoenix y Josh Brolin.
Lo peor: el caos narrativo.