Pues hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien con una peli de la Marvel. Doctor Strange tiene esa mezcla de acción, toques de humor y surrealismo encantador que acompañan a una trama perfecta para que se luzca Benedict Cumberbatch. Si habéis leído mis críticas de las últimas pelis de la Marvel (Civil War, La era de Ultrón, Ant-Man, El soldado de invierno…), solo reflejan la continuidad de la misma fórmula solo rota por Guardianes de la galaxia. Ahora, justo cuando no tenía ninguna esperanza, me encuentro con la presentación de un nuevo superhéroe original, con personalidad y reminiscencias al aspecto visual de Inception (Origen) de Nolan. El resultado es muy positivo pese a las incongruencias que obviamente trae consigo.
El Dr. Stephen Strange es un neurocirujano similar al Dr. House pero mucho más prepotente. En una noche en la que se despista conduciendo, sufre un terrible accidente que le impide para ejercer su profesión: se rompe las dos manos y la operación a la que le someten no sale demasiado bien. Fruto de su desesperación, decide ir a Nepal para probar una nueva técnica. ¿Es posible que solo con su mente sea capaz de recuperarse? Lo que al principio parece un método alternativo para mejorar la salud, se convertirá, de repente, en toda una fuente donde saciar la curiosidad extrema del médico, llegando a dominar técnicas arcanas, hechizos y, en definitiva, la magia. Mientras escribo estas palabras me doy cuenta de que no estoy trasladando el tipo de película que es Doctor Strange: una peli entretenida, que dura casi dos horas y que se te pasan rápido, primero, por el actor principal y el villano (Mads Mikkelsen) y, segundo, por una trama sólida (¡gracias!) narrada con un guion divertido.
Lo mejor: El héroe y el villano, el espectáculo visual, el humor.
Lo peor: Los personajes de Rachel McAdams y Michael Stuhlbarg, claramente desaprovechados, y diferentes incongruencias que se perdonan.
