Tener a Seth Rogen en una película no significa que haga aguas por todos lados. En este caso, estamos ante el perfecto compañero de un Joseph Gordon-Levitt al que se le diagnostica un cáncer. La forma de llevar la historia hacia la comedia en lugar de la autocompasión sin perder de vista el enfrentamiento a una enfermedad terrible es, en esta clase de películas, lo que marca la diferencia entre una película de domingo por la tarde y una buena película. Y 50/50 entra dentro de las buenas películas, aunque lo tenga todo en contra. Aunque hacia el final del metraje se quede un poco sin fuelle, los grandes momentos son los que quedan grabados en la mente.
Lo mejor: la escena de la operación y lo último que dice Adam antes de hacerle efecto la anestesia. La relación de Adam con sus padres, tan común como poco retratada en las películas actuales.
Lo peor: Anna Kendrick, o su personaje, o ambas. No están a la altura.