La mejor película en el festival de Sitges 2014 tenía muy buena pinta. Ian Gray (Michael Pitt), un estudiante de biología molecular especializado en la evolución del ojo humano, conoce a una misteriosa mujer cuyo iris es multicolor. Años después, su investigación lo lleva a hacer un descubrimiento asombroso, que podría cambiar la forma en que percibimos nuestra existencia. Esa es la sinopsis oficial. Ahora bien, tenemos a Ian, un investigador del ojo humano, que se desvive por categorizar la evolución del iris desde organismos con los componentes oculares más simples hasta el más complejo que es el ser humano. Como hobby, fotografía los ojos de la gente. De pronto, conoce a Sofi (Astrid Bergès-Frisbey, a quien veremos en la nueva película de Guy Ritchie sobre el Rey Arturo), una enigmática chica que parece no creer tanto en la ciencia como él.
El problema con Orígenes es su segunda mitad, cuando ocurre el hecho que marca el tránsito desde la exaltación de la ciencia sobre la fe hasta las dudas sobre la existencia de un ser superior. La idea en sí no resulta artificial, pero sí la forma en la que se lleva a cabo: los datos son tramposos, ya no se pone en duda todo, se nos regalan planos sensibleros y la fotografía y la música se ponen a disposición del público más sensible. De todas formas, las dos horas de metraje se pasan rápido y la historia de Mike Cahill la llevan perfectamente los protagonistas, algo de agradecer en el cine actual más allá del star system.
Lo mejor: la primera parte de la película, Michael Pitt y Astrid Bergès-Frisbey.
Lo peor: el final.
